Bellamente retratado en la película “El día que murió el silencio” de Paolo Agazzi, Totora es, sin duda, uno de los pueblos coloniales más bellos de Bolivia y fuente de inspiración para artistas y pintores de todas las épocas.
Asentado en un valle con hermosos árboles y flores de gran colorido, este pueblo guarda para el visitante el extraordinario señorío de la arquitectura colonial, con sus calles angostas y empinadas, los detalles de sus balcones y la belleza de sus templos religiosos. Memorias de un pasado influyente en la agricultura, el comercio y la explotación feudal de trabajo indígena, cuando desde los centros productores de Chuquioma, Arepucho o Icuna llegaban los tambores de coca, las habas, las papas, el maíz o el trigo con destino a las ciudades y centros mineros de Potosí y Oruro.
Totora posee una variedad de recursos turísticos, que se los clasifica en recursos naturales, históricos y culturales. Representan una importante riqueza para dinamizar el desarrollo turístico y económico del municipio.
El ingreso al centro urbano de Totora es impactante por sus viviendas, que después del terremoto del año 1998, no han cambiado mucho. En realidad, la catástrofe sirvió para que se hagan mejoras y se tome mayor conciencia sobre el valor histórico que representan.
Existen varias historias y lugares que aumentan la mitología de Totora. Uno de estos sitios es el polígono donde fue fusilado Aurelio Medrano y el relato de la ejecución de este personaje. Otro es la casa donde se filmó la película “La Cruel Martina”. Los cuentos de terror (viudas, duendes, K’aitu Mork’o, la Viuda Negra, el Karisiri, la mujer Karachuchu y otras leyendas) forman parte también de la historia totoreña.
También existen atractivos naturales como Bola Rum, una piedra gigante en forma redonda a la que se atribuye fertilidad y la Pajcha, una cascada de cerca de 50 metros, entre otros.